La Plaza Real de Barcelona, Nazario y Mich

En Cultura jueves, 03/07/2025

Manolo Gil

Manolo Gil

PERFIL

En 2016, Lola Clavo, consciente o inconscientemente influenciada por la melancolía de Chantal Akerman, inició su carrera cinematográfica con La plaza, un documental que, plasmaba una investigación sentimental y autobiográfica sobre la Plaza Real de Barcelona. Un periplo con el que la directora no solo intentaba recuperar la memoria de su infancia durante la década de los ochenta y noventa, sino también reflexionar sobre el pasado y el presente de este espacio abierto de gran significación urbana y cultural. Rodado en su mayor parte con la cámara subjetiva, casi siempre de forma regresiva, y con abundantes largos planos fijos, el documental nos adentra en las calles adyacentes que desembocan en la Plaza Real —en realidad, la plaza solo aparece en un par de ocasiones—, y en el interior de algunas viviendas mientras escuchamos el paisaje sonoro del entorno y el testimonio de algunos vecinos, la mayoría en off, que nos hablan de su resilencia, de la pertenencia a una cultura urbana fuertemente amenazada por la masificación turística, la gentrificación y la globalización.

Clavo rodó el film durante siete años. El resultado mantiene una cierta afinidad con En construcción (José Luis Guerín, 2001), y con otras muchas propuestas cinematográficas que investigan sobre la mutación de los espacios urbanos y humanos, como  Cabanyal, any zero (Frédérique Pressmann, 2018), La ciutat a la vora (Meritxell Colell, 2022)  y De interés general (un barrio por un parque) (Miguel Ángel Sánchez, 2021). La plaza consiguió en 2016 el premio UPTOFEST al mejor mediometraje del Festival de Cine Documental Alcances, en Cádiz.

Situada entre el Barrio Gótico de Barcelona y Las Ramblas, la Plaza Real es un entorno porticado construido en estilo neoclásico por el arquitecto Francisco Daniel Molina en 1850 sobre el solar del antiguo convento de Capuchinos. La historia de su vecindario encierra, en realidad, la gran paradoja social de la ciudad de Barcelona, aplicable a otras muchas ciudades y plazas, como la de Chueca en Madrid. En un principio, las viviendas estuvieron ocupadas por familias burguesas acomodadas que se sintieron atraídas por la cercanía del Gran Teatre del Liceu, inaugurado en 1847, auténtico punto de encuentro de la burguesía catalana. No obstante, muy pronto cambió la configuración humana de la plaza al encontrarse en sus inmediaciones el puerto de Barcelona y el Raval, con sus bolsas de pobreza y sus personajes variopintos que venían aquí a mendigar y prostituirse.

Nazario

En los años setenta del siglo pasado, algunas de las viviendas fueron ocupadas por artistas y seguidores de la contracultura, configurando el peculiar tejido humano actual en el que conviven pacíficamente vecinos de toda la vida de clase media y media baja —la burguesía casi toda voló hace tiempo—, artistas, bares, tablaos flamencos, mendigos, inmigrantes, prostitutas y turistas, componiendo un microcosmos que ha sido utilizado por conocidos directores cinematográficos. En la Plaza Real se han rodado secuencias de El reportero (Michelangelo Antonioni, 1975), Sinatra (Francesc Betriu, 1988), Todo sobre mi madre (Pedro Almodóvar, 1999), Vicky Cristina Barcelona (Woody Allen, 2008) o Biutiful (Alejandro González Iñárritu,2010), entre otras muchas películas.

Pero si la Plaza Real de Barcelona está ligada a una persona y su particular universo, esta es, sin duda, Nazario Luque, conocido simplemente como Nazario, que lleva viviendo, sintiendo, observando, resistiendo y, ¿por qué no?, difundiendo este lugar desde hace más de 46 años. Nacido en Castilleja del Campo, Sevilla, en 1944, y vecino de la ciudad condal desde 1972, el autor de Anarcoma está considerado como una figura imprescindible del cómic underground español y europeo, además de ser pieza clave de la contracultura de los años setenta y ochenta. Fundador el colectivo El Rrollo enmascarado en el que también estaban Mariscal, Miquel Farriol y Josep FarriolFarry y Pepichek—, fue el autor de la primera portada de la revista El Víbora en 1979, de la que se convertirá en uno de sus historietistas y dibujantes fundamentales. Colaborador de las principales revistas europeas de cómic, ha firmado títulos tan importantes de la historia del tebeo español como La Piraña Divina, San Reprimonio y las pirañas, Turandot y Alí Babá y los 40 maricones.

Nazario

Abandonado el cómic, Nazario se dedicó a la pintura y la literatura, publicando, entre otros, los libros autobiográficos La vida cotidiana del dibujante underground (Anagrama, 2016), Sevilla y la Casita de las Pirañas (Anagrama, 2018) y Un pacto con el placer (Laertes, 2021).

Hace más de 40 años que Nazario observa y fotografía desde su terraza la Plaza Real de Barcelona, y así aparece en el documental de Lola Clavo. En realidad, el dibujante de Turadot lleva cuatro décadas ejerciendo de voyeur, como el personaje que interpreta James Stewart en La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1954), tomando instantáneas de todo lo que acontece en este microcosmos urbano. Fruto de esta observación es su álbum Plaza Real Safari, publicado inicialmente por Ediciones Vosa en 1995 y reeditado por  La Tempestad en 2006. Nazario reúne aquí 26 estampas de la plaza tomadas desde la terraza de su casa en las que muestra con minuciosidad entomológica todo el universo de la plaza, visible e invisible, desde sus orígenes históricos a sus borrachos, drogadictos, camellos, prostitutas y mochileros, pasando por los hippies, turistas, inmigrantes, palomas y vencejos, sin olvidar el homenaje a su amigo el pintor y performer José Pérez Ocaña, conocido como Ocaña, otra figura fundamental de la contracultura de los ochenta y protagonista del documental Ocaña, retrat intermitent (Ventura Pons, 1978).

La estampa correspondiente al capítulo “Alcohólicos” de Plaza Real Safari es la que ha sido utilizada como portada de Crónicas del gran tirano (Anagrama, 2025), el nuevo libro de Nazario después de unos años de silencio, con el que abandona su terraza y el personaje de James Stewart para bajar a la plaza, adentrarse en ella  y convertirse en una mezcla desentimentalizada de John L. Sullivan, el protagonista de Los viajes de Sullivan (Preston Sturges, 941) y la monja protagónica de Viridiana (Luis Buñuel, 1961).

En 2015, viudo tras el fallecimiento de su marido, el escultor y performer Alejandro Molina, con el que llevaba conviviendo 36 años, Nazario se encuentra en un estado de abatimiento, de desbarajuste emocional en el que la soledad ocupa su cotidianidad. Un día, a principios de verano de ese año, cruza la plaza y se encuentra con Mich, un alcohólico en silla de ruedas al que lleva años observando desde su ventana, pero con el que jamás había intercambiado una mirada. Esta vez se saludan e inician una estrambótica relación. Mich, el tirano, es el líder de un grupo de alcohólicos y mendigos formado principalmente por Helga, Moisés y Omar, a los que Nazario les da conversación y alimenta. Una relación llena de sardinas fritas, tápers con albóndigas y guisos de sepia que el dibujante cocina, pero en la que no faltan los brik de vino y las cervezas.

Crónicas del gran tirano es el testimonio de esta relación. Un libro compuesto por una serie de entradas de dietario, cada una con su propio título, datadas entre 2015 a 2018, y un epílogo de carácter elegíaco tras la pandemia de la COVID-19 en 2020, en las que Nazario narra sus encuentros en la plaza, sus conversaciones y motivaciones, sus paseos —regresivos, como en el documental de Clavo— por las calles del Vidre, Ferran, les Heures, el mercado de la Boquería, el bar Sidecar y las visitas a las fundaciones filantrópicas  Arrels y Las Chimeneas.

Nazario

Nazario teje un relato desgarrador de los márgenes de la indigencia en la Barcelona actual, no exento de paradojas y contradicciones, pero nunca moral. Visibiliza  unas personas ignoradas, inexistentes, la mayoría de ellos, como escribe el autor, carne joven de cárcel, que habían terminado enganchándose a trompicones a una droga barata como era el alcohol, malviviendo y maldurmiendo en la calle o en cajeros automáticos, hasta verse convertidos, ya mayores, con suerte, en protegidos por fundaciones de beneficencia.

Para estos seres, la Plaza Real se convierte en la Casa Real. Y Omar, con sus énfasis y sus alambicados alardes de ingenio, quiso puntualizar: ‘¡La casa no, Helga, yo digo: nuestra Mesón Real!’ Y el dibujante cocinero pensó que como se podía llamar casa a una plaza. Ni albergue, ni residencia, ni mucho menos domicilio. Una casa sin intimidad, sin baño, sin cocina, sin puertas ni ventanas. Una casa como un escenario de teatro, con un decorado amarillento de ventanas y balcones vacíos, un decorado que no merecía siquiera una mirada porque los actores circulaban por él como si estuviesen solos, porque ni siquiera había espectador […] Para ellos era como una casa de muñecas o como los pisos de la rue del Percebe, con todas las habitaciones, servicios incluidos, a la vista del público. ¿Qué significado tenían para ellos palabras como ‘intimidad’, ‘vecinos’, ‘comodidad’, ‘higiene’, ‘privacidad’ y todos esos conceptos en cuyas reglas basamos nuestra conducta los que vivimos en nuestras casas? ¿Qué era para ellos, por ejemplo, la ‘convivencia’? Eran personas anónimas que, procedentes de cualquier sitio, habían ido a parar a este ‘cualquier sitio’, de esta ‘cualquier ciudad’ en donde habían encontrado ‘un grupo cualquiera de amigos’ con los que se habían ido acostumbrado a convivir. Lo único que les unía era su afición al alcohol. Parecía que sus vidas hubieran comenzado con su llegada a la plaza.

Nazario nos plantea una nueva lectura de la Plaza Real, complementaria al documental de Lola Clavo. Una reflexión de este microcosmos urbano, del no-lugar de Marc Augé que acaba convirtiéndose en identidad. Un paso de lo invisible a lo visible, de lo abstracto a lo concreto, del no ser al ser, pero sin lecturas morales que valga, sin alteridad puritana que valga, viendo la imagen reflejada en el espejo, cuestionando la beneficencia, sin periplo vital moralizante, sin caídas de hijo pródigo. Las cosas son. La plaza es y basta, aunque siempre late la expulsión del sistema y su estoica aceptación sin planteársela, porque estar fuera del sistema no plantea aceptaciones.

Leyendo este libro de Nazario, he pensado en Sans toit ni loi (Agnès Varda, 1985) y en  Mona, el personaje que interpreta Sandrine Bonnaire. La mirada de Varda no está muy lejos de Nazario o Nazario de la de Varda.

En esta Plaza Real calidoscópica y amoral, Nazario nos muestra una reflexión sobre la filantropía y la mendicidad, pero alejada de la crítica a la caridad cristiana de Nazarín y Viridiana, de la pobreza poética moralizante de Luces de la ciudad (Charles Chaplin, 1931) y Milagro en Milán (Vittorio De Sica, 1951), o las fraternidades clasistas de Lady for a Day (1933) y su remake Un gánster para un milagro (1961), ambas dirigidas por Frank Capra, 1993), solo por poner algunos ejemplos.

De pronto comprendí que todo había surgido de una manera automática como un sistema de defensa y readaptación que algunos llaman resilencia. Como ocurría con mis amantes, a los que entregaba sexo y dinero a cambio de placer, la compensación que había obtenido de este escuálido grupo de alcohólicos inválidos, a cambio de comida, había sido un quehacer, una compañía, una especie de calor, un alivio a mi soledad. El que luego me viera enredado por el fuerte carácter, las zalamerías y las embaucadoras aventuras y añagazas de aquel personaje que, en algún momento, consideraría digno de la imaginación de un Cervantes, un Conrad o un Buñuel, como era Mich, hizo que me volcara en describir estas andanzas en las que sobrevolaba la miseria, la enfermedad, el alcoholismo, los deseos de desintoxicación y la solidaridad.

Nazario

Nazario ha escrito —y muy bien escrito— un libro atípico en la literatura hispánica, en la que los mendigos no aparecen o si lo hacen, es con cuentagotas. Nos hemos hecho muy finos. Nos pesa demasiado el puritanismo burgués y la profilaxis victoriana. Rompimos el espejo hace tiempo y lo cambiamos por el selfie donde solo existimos nosotros. No existen los otros, no existe el paisaje.  No vemos otra cosa que nuestra ego y nuestras circunstancias.

Según la Encuesta de Condiciones de Vida del Instituto Nacional de Estadística, el 26,5% de la población española estaba en riesgo de pobreza y/o exclusión social en 2023. En cualquier momento, en cualquier plaza de cualquier ciudad, cualquiera de nosotros puede ser Mich.

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